Nivel 2 – LECCIÓN 06 – LA AUTORIDAD DEL CREYENTE

Por Andrew Wommack

Dios nos ha dado autoridad como creyentes. Para abordar esto vamos a tener que tratar no solamente con la autoridad que nosotros tenemos sino también con la autoridad de Satanás. A ésta última se le ha dado una importancia exagerada. Los Cristianos han sido guiados a creer que estamos peleando contra un ser cuyo poder es superior al nuestro, y que nosotros a duras penas podemos sobrellevarlo. Las Escrituras no nos enseñan eso en absoluto. Es cierto que Efesios 6:12 dice: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”. Por lo tanto Satanás es un elemento a considerar, él existe. Tiene una jerarquía de principados y potestades con los que tenemos que lidiar, pero en el versículo anterior, dice que tenemos que estar firmes contra las acechanzas del diablo. El único poder que Satanás verdaderamente tiene en nuestra contra es el engaño. Él no tiene poder para vencernos.

En Génesis 3 vemos que cuando la primera tentación acometió a Eva y Adán, Satanás no se presentó con una fuerza superior. Por ejemplo, en vez de tomar posesión del cuerpo de un mamut o de un elefante, y usarlo para poner su pata en la cabeza de Adán, y amenazarlo diciéndole: “Sírveme o ya verás”, Satanás tomó posesión del cuerpo de una serpiente, la criatura más astuta que Dios había creado. La palabra “astuto” significa “taimado, engañoso, o ladino”. La razón por la que Satanás se presentó por medio de la serpiente fue que en realidad él no tenía poder para obligar a Eva y Adán a hacer algo. Lo único que él podía hacer era engañar. Él atacó la naturaleza y el carácter de Dios y empezó a criticarlo diciendo: “La verdad es que Dios no te ama —hay cosas que Él no te está dando”. Él usó el engaño para tentar a Eva y Adán para que pecaran en contra de Dios. Ellos eran los que tenían toda la autoridad, y la razón por la que Satanás tuvo que hacerlo de esa manera fue que él no tenía poder en sí para atacar a Dios.

Hay mucho más que no tengo tiempo de abarcar ahora, pero uno de los principales puntos que quiero establecer es que respecto a la autoridad del creyente, tú tienes que reconocer que Satanás no tiene nada de poder ni autoridad sobre ti. Él es un adversario derrotado. La única fuerza que puede ejercer en tu contra es acometerte con mentiras y engaños. Si tu vida está siendo destruida tú podrías decir: “Satanás es el que me está disparando estos tiros”, pero eres tú el que le está dando las municiones. Tú eres el que tiene que responder a sus mentiras y engaños. Si tú no te sometieras a Satanás, él no podría hacer incursiones ni tendría poder en tu contra. 2 Corintios 10:3-5 dice: “Pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo”. Estos versículos están hablando de las armas de tu milicia, y todas las armas que se mencionan se refieren a tu mente, tienen que ver con tus pensamientos. Satanás no tiene el poder de hacerte nada excepto por medio del engaño. Rápidamente quiero resumir algunas cosas. Por supuesto que Dios en el principio tenía toda la autoridad. Todo el poder y la autoridad tienen que emanar de Dios porque Él es el único que tiene poder en Sí mismo. Él ha delegado todo lo demás. Cuando Él creó los cielos y la tierra, Él tenía todo el poder y la autoridad. Después en Génesis 1:26, cuando Dios creó a Eva y Adán, Él dijo: “Que señoreen …en toda la tierra”. Une esto con el Salmo 115:16, que dice: “Los cielos son los cielos del SEÑOR; pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”. Dios era el dueño de todo por su derecho por ser el Creador, pero Él le dio el dominio, o la autoridad, sobre la tierra a los seres humanos físicos. Satanás nunca ha tenido el derecho ni el poder de gobernar sobre la tierra. Él tomó ese derecho al engañar al hombre para que pecara. Dios le dio ese poder a la humanidad, y cuando el hombre cayó, el hombre le cedió al diablo la autoridad y el poder que Dios le había dado. Dios nunca le dio poder a Satanás para oprimir al hombre ni para gobernar en la tierra.

Las Escrituras sí dicen que Satanás es el dios de este mundo, pero no es porque Dios lo haya hecho dios de este mundo. Dios nunca puso a Satanás en una posición que estuviera por encima de la humanidad. Él le dio a la humanidad dominio y autoridad sobre esta tierra. La única razón por la que Satanás ha podido ser capaz de oprimir, dominar, y de causar los problemas que causa es que la gente le cede la autoridad que Dios les dio. Esto le planteó un verdadero problema a Dios, porque Él es un Espíritu, y le había entregado la autoridad sobre esta tierra a seres humanos físicos. Solamente la gente que tenía un cuerpo físico tenía el poder y la autoridad de gobernar y de ejercer autoridad en esta tierra. Satanás tuvo que dirigirse a nosotros e influenciarnos para que le cediéramos nuestra autoridad a él. Ésa es la razón por la que a él le gusta tomar posesión de algún cuerpo. En las Escrituras, vemos que los demonios tenían que buscar un cuerpo para tomar posesión del mismo porque Satanás no puede hacer nada a menos que use un cuerpo humano físico para obrar por medio de éste. Puesto que Dios es un Espíritu y le ha dado autoridad a seres humanos físicos, ahora era como si Él tuviera las manos atadas. Eso no ocurrió porque Dios no tuviera poder ni autoridad sino más bien a causa de su integridad. Él le dio autoridad a seres humanos físicos, y para ser fiel a Su propia palabra, Él no podía retractarse y decir: “Yo no lo planeé así; pido una tregua, vamos a volver a empezar”. No, Dios se restringió a Sí mismo por Su propia Palabra. A través de la historia Él buscó a alguien para actuar por medio de esa persona, pero el problema era que todos los hombres eran corruptos y se habían rendido a Satanás. Por lo tanto, ¿qué iba a hacer?

Lo que Dios finalmente hizo fue venir a la tierra personalmente para convertirse en un hombre. Esto es algo extraordinario cuando lo entiendes, porque ahora el diablo estaba en un gran aprieto. Él había estado usando el poder de la humanidad, y Dios no podía intervenir directamente para resolver todos esos problemas, porque el hombre estaba cediéndole a Satanás voluntaria, y legalmente la autoridad que Dios le había dado. Satanás actuó mal, pero el hombre le dio la autoridad y el poder que le pertenecían y que, por lo tanto, podía dárselos a quien él quisiera. Pero entonces, aparece Dios en la escena, y Él ya no era solamente el Espíritu sino que ahora tenía la forma de carne física. Eso puso al diablo en una situación difícil, porque ahora Dios no solamente tenía autoridad en el cielo, sino que, el convertirse en un hombre, le dio autoridad en la tierra. Jesucristo dijo en Juan 5:26-27: “Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en sí mismo; y le dio autoridad para ejecutar juicio, porque es el Hijo del Hombre”. Él se estaba refiriendo a Su cuerpo físico.

Jesucristo vino y ejerció la autoridad dada por Dios. El diablo lo tentó, pero Jesucristo nunca se rindió ante él. Satanás perdió todas las batallas contra Él. A continuación Jesucristo tomó nuestros pecados, murió por ellos, fue al infierno, resucitó, y dijo en Mateo 28:18 “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. Él recuperó la autoridad que Dios le había dado a la humanidad, la que el hombre malgastó, y ya que era Dios en la carne, ahora Jesucristo tenía toda la autoridad en el cielo y en la tierra. En el siguiente versículo Él dijo: “Ahora ustedes vayan y hagan estas cosas”. En resumidas cuentas Él estaba diciendo: “Ahora Yo tengo toda la autoridad en el cielo y en la tierra, y la estoy compartiendo contigo”. Esta vez, sin embargo, hay una diferencia singular en la autoridad que Dios nos volvió a dar como creyentes. Es una autoridad compartida entre nosotros y el Señor Jesucristo. Ya no se nos da únicamente a nosotros como sucedió con Eva y Adán. Ellos podían regalar la autoridad, permitirle al diablo que los oprimiera, y básicamente quedarse sin esperanza, pero hoy nuestra autoridad la compartimos con el Señor Jesucristo. Es como tener una cuenta de banco mancomunada que requiere la firma de dos personas para cobrar un cheque. Nuestra autoridad la compartimos con el

Señor Jesucristo, y Su autoridad está compartida con la iglesia.

Aunque nosotros pudiéramos fallar, Dios nunca va a volver a dar su firma para que cedamos esa autoridad al diablo. Satanás no tiene ningún poder. No tiene capacidad para hacer nada en tu vida excepto aquello en lo que te engaña y aquello a lo que voluntariamente te sometes. Tú puedes darle autoridad en tu vida, quizá sufras personalmente por eso, pero la autoridad que Dios le ha dado al hombre nunca volverá a ser transferida únicamente al diablo. Ahora la compartimos nosotros y el Señor Jesucristo, y Él permanecerá fiel pase lo que pase. Tú tienes que reconocer que tú eres el que ahora tiene la autoridad y el poder. Satanás está peleando contra ti con pensamientos, pero con la clase de armas que tú tienes tú puedes tomar cautivos tus pensamientos. Tú puedes darte cuenta que está mal que el diablo te oprima físicamente y descubrir lo que dicen las Escrituras acerca de la sanidad. Juan 8:32 dice: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Tú eres el que tiene poder y autoridad. Dios te los ha dado, y lo único que te impide ejercerlos es que no has tomado cautivos a tus pensamientos. Tú no has usado esas armas espirituales para renovar tu mente y darte cuenta de lo que tienes. Es estimulante descubrir que tú eres el que tiene la autoridad y el poder.

Es mi deseo que tú tomes esto, que medites en ello, para que Dios te dé la revelación de que tú eres el que hace temblar a Satanás. Tú no deberías ser el que está temblando a causa de Satanás, porque tú eres el que tiene el poder y la autoridad que Dios dio. Si tú resistes al diablo, él huirá de ti (Santiago 4:7).

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